29.11.08

Política y farándula son esdrújulas

Cuánto habrá pagado el GDF para que Marcelo Ebrard saliera en el programa matutino de Televisa *Hoy?* No me digan que aparecer en la pantalla junto a Gloria Trevi es comunicación social, ¿en qué ayuda a discutir el bien público? ¿No está demasiado enferma una democracia donde sus políticos se hallan tan cerca de la farándula?

En Díasiete

Fast Thinkers

Desgraciadamente la televisión es el medio de comunicación por el que más se informan los ciudadanos, no sólo de las noticias del día, sino de los asuntos públicos. Quizá como medio para transmitir información sobre hechos y sucesos diarios —se cayó un avión, empataron los Pumas— no resulta ineficiente ni tan malo, el asunto está en su incapacidad de transmitir pensamiento, ideas nuevas, propuestas para cambiar el pésimo estado de cosas. No cabe duda de que el pensamiento y la urgencia no van de la mano: pensar, a fin de cuentas, requiere de tiempo.

Pierre Bourdieu, el famoso sociólogo francés, expone así el problema en su libro de ensayos Sobre la televisión: “La televisión no resulta muy favorable para la expresión del pensamiento. Es un tópico antiguo del discurso filosófico: es la oposición que establece Platón entre el filósofo, que dispone de tiempo, y las personas que están en el ágora, la plaza pública, las cuales son presa de las prisas”. Hay un vínculo entre pensamiento y tiempo. Así pues, debemos preguntarnos si aquellos que acuden a las pantallas de la televisión a dar sus opiniones y debatir con otros pensadores —u opinólogos, comentaristas, da igual el nombre que les pongamos— pueden realmente comunicar ideas, pensamiento, conceptos, o más bien sólo repiten una retahíla de lugares comunes, nociones preconcebidas.

Pierre Bourdieu cree que esto último es lo que inevitablemente sucede y nos sugiere lo siguiente: “¿Acaso la televisión, al conceder la palabra a pensadores supuestamente capaces de pensar a toda velocidad, no se está condenando a no contar más que con fast thinkers, con pensadores que piensan más rápido que su propia sombra?”. Debemos preguntarnos cómo es que estos fast thinkers logran pensar y aportar ideas en condiciones así de contrarias a la generación de pensamiento si no es mediante a estas ideas preconcebidas a las que me refería, tópicos que las personas ya han recibido antes. Y es que como decía Flaubert, tales tipos de conceptos flotan en el ambiente, son banales, convencionales, corrientes.

Así pues, en realidad, los fast thinkers no comunican nada con sus frases veloces e inteligentes, pues lo que dicen ya ha sido recibido previamente por su público, “el intercambio de ideas preconcebidas es una comunicación sin más contenido que el propio hecho de la comunicación”, reitera Bourdieu.

Si los temas y los argumentos tópicos se pueden comunicar de inmediato por ser comunes al emisor y al receptor, el pensamiento funciona definitivamente de otra manera puesto que requiere de probar lo que defiende, necesita concatenar razonamientos mediante frases como “por lo tanto”, “así pues”, “en consecuencia”, “dicho lo cual”. Pero, ¿cómo se hace esto con urgencia, en un programa que dura una hora y en el que expresan sus ideas cinco o seis personas? ¿Cómo ser realmente lúcido en tan pocos minutos: es imposible? La televisión privilegia, como dice Bourdieu, la fast food cultural, el pensamiento trillado, la vanidad de quienes acuden a la pantalla, no a discutir los asuntos del bien público con profundidad, sino a mirarse en ella como se miraría Narciso.

Ahora, lo que sugiere Bourdieu no es que los pensadores, los académicos de las universidades, dejen de aparecer en televisión, tienen el deber de acudir a ella a hacer el intento de comunicarse. Esto último, sin embargo, implica exigir condiciones razonables. Y, dejémoslo claro, el deber de aparecer en la pantalla se fundamenta, por ejemplo, como decía Husserl, “somos funcionarios de la humanidad”, funcionarios que, bien argumenta Bourdieu, cobramos del Estado para descubrir cosas, ya sean acerca del mundo natural o del mundo social, y claro que tenemos obligación moral de difundir nuestros resultados. Negar la televisión sería pedante, aceptarla como está, inocente.

Antes de participar de los programas televisivos podríamos pensar en alternativas, por ejemplo, si lo que se discute en el Congreso y en la Suprema Corte de Justicia es fundamental para la democracia, ¿no es un sin sentido que sus canales sólo se transmitan en televisión de paga? ¿No tendría razón de ser abrir la señal y garantizar que llegue a todo el país? ¿No podríamos utilizar esos espacios para transmitir ideas en lugar de estar rogando para que la televisión privada habrá espacios de discusión?

No podemos permitir que las televisoras privadas nieguen la importancia que tiene su señal, que usa espacio público, y dejarles de exigir que se responsabilicen con la democracia. Tampoco podemos olvidarnos de los canales públicos, son los que más pueden prescindir del rating y abrir espacios para que las ideas florezcan y viajen por el espacio. Los fast thinkers se acomodan a todo, de eso se trata su trabajo pero no la democracia. Nadie dijo que se construyera tan rápido, tan fácil, de ideas tan vacías.

En Campus

18.11.08

Elva Ginón, televisión para desamparados

Entretenerse con la programación de Televisa es como deleitarse con un burrito de microondas: se debe estar muy hambriento, tener una gripe que empaña la sensibilidad del paladar o ignorar que existen alternativas.

Quién que disfrute leyendo a Joseph Roth puede sinceramente soportar «desmadruga2» y dejar su libro esperando en la mesa de noche. Quién que pueda salir a dar unos pasos de baile, al cine, a tomar unas copas, se queda los sábados por la noche en casa a ver a Dorismar posar en bikini en la pantalla de televisión mientras un personaje gordo, tonto y feo —el estereotipo televisivo de la raza cósmica— fantasea con ella. Nadie que pueda escoger lo contrario.

Por desgracia la pobreza generalizada, la mala educación, la inseguridad que atemoriza, cancelan oportunidades, dejan al hombre desamparado frente a la televisión, voraz negocio que lo empobrece —en sentido humano— para dominarlo: mientras más exigua sea la calidad del contenido televisivo y peor la educación de las personas y su discernimiento, más trivial puede ser la política, más eficaz la mercadotecnia, mayor el poder de la telecracia que abusa de la falta de oferta para monopolizar la audiencia y ofrecer una programación vergonzosa, reflejo de la idea que tienen de su público.

«Desmadruga2», por ejemplo, no logra esconder detrás de la espectacular semidesnudez de la modelo argentina Dorismar —no se puede tapar el sol con un cuerpo— las constantes repeticiones de un guión anodino que llega al límite de lo intolerable con las largas escenas de, por ejemplo, el padre Ramón, un supuesto cura comediante que nunca termina sus tareas, cuenta chistes de los que sólo se ríen sus monaguillos —con risa fingida y exasperante— y repite incansablemente “es igual, es igual” con un tono de voz que hace referencia y venera a algún personaje de Eugenio Derbez, como si éste último fuera la máxima expresión de la comedia.

Sucede que mientras más obeso es el pueblo mexicano más vulgar y mala se vuelve la programación televisiva. Cabe preguntarse si el sobrepeso de la población se debe a las horas que pasan frente a la tele, o pasan tantas horas frente a la tele por causa del sobrepeso que les complica la movilidad. Es igual, diría el padre Ramón, pura retórica socarrona, el hecho es que, como ya decía, por la pobreza, la ignorancia, la violencia y, añadamos, la obesidad, los telespectadores mexicanos se hallan apresados frente al monitor. Son prisioneros de la pereza y el cinismo de los guionistas que para ocultar sus debilidades recurren no sólo a la infamia de la semidesnudez sino a la de los albures más simples. Por ejemplo, en una escena del Tunco McClovich, otro personaje del programa, Pilar MontesNegros (sic) se bate a duelo con Lorena Herrera. Cuando la rubia gana, McClovich, que acaba de llegar de «Apisaco el grande» le dice: «saliste buena para mover la pistola». El ejemplo anterior es soso, el que sigue es ofensivo y vulgar: la señora Ginón visita al ginecólogo Falopio y le dice que se llama Elva.

Televisa no pretende educar, ya lo sabemos. Para entretener hace el mínimo esfuerzo: tiene un público cautivo. Un público que ante la desoladora realidad prefiere pasar el tiempo viendo vulgaridades y simplezas que platicándose su triste vida.

En Día Siete

13.11.08

Hagan dinero, informen bien

Esto es un esbozo que comienza con la siguiente pregunta: ¿por qué no podemos aceptar que la televisión mexicana sea sólo una máquina de dinero que entretiene a los mexicanos (no entiendo cómo entretiene, sin embargo, éste es tema para otra disertación, sólo permítanme cerrar el asunto indicando, como ya lo hice en otros foros, que si la gente de verdad se entretiene con la programación de las televisoras es porque hemos llegado al desgraciado punto donde más vale oír las mismas tonterías mil veces que comentar en la cena la desesperanza, el miedo, la impotencia)? Pero volviendo a la pregunta que hacía, creo que la respuesta es que no podemos aceptar que las televisoras sean sólo máquinas de hacer dinero mediante el mal entretenimiento porque, además de ser negocios que entretienen, los medios de comunicación masiva tienen un compromiso moral indispensable con la democracia: informar a los ciudadanos de los asuntos relevantes, entre otras cosas, para que puedan emitir su voto medianamente informados, noticias que les permitan exigir resultados, dirimir entre candidatos, juzgar administraciones, discutir en la comida familiar sobre los temas de la política nacional y local. Pero sucede que hoy en las mesas mexicanas se diserta sobre los sueños de los mejores amigos que presenta los domingos el señor Ramones, o sobre las ambiciones artísticas de adolescentes insulsos que cantan en la cadena Azteca.

Ahora, ¿es una exigencia desmesurada pedir a los medios de comunicación información veraz y buena? Claro que no. Estos medios son el vehículo más importante para que el derecho a la información se cumpla. Sin este tipo de difusores de la información, democracias tan grandes como la nuestra —millones y millones de ciudadanos— no pueden convertir en real un derecho que, si no pasa del mero papel, se queda en la mera formalidad —y los derechos formales no son garantía de nada, por ejemplo, es inútil que se diga que todos los mexicanos tienen derecho a la educación básica si en los hechos las escuelas quedan demasiado lejos como para ir a clases. Lo mismo pasa con los hospitales y, por supuesto, con la información: de qué sirve tener derecho a ella si en la realidad es inaccesible—.

La libertad de expresión que tan celosamente defienden las televisoras —recordemos a López Dóriga con su suéter rosa hablando en favor de la llamada Ley Televisa— debe ser la contraparte de la responsabilidad que tienen los medios de informar. Libertad de expresión para manipular o desinformar es un sin sentido. La libertad de expresión sólo tiene razón de ser ligada a la responsabilidad de comunicar lo relevante: ¿a quién le interesa defender la libertad de expresión de Paty Chapoy para que siga llamando guapo al gobernador del Estado de México? No creo que alguien sea capaz de dar su vida para defender ese periodismo rosa, por llamarlo sin descalificativos. Por esa libertad quién se ha levantado frente al Estado represivo.

Pedir ser libre para comunicar trivialidades es cínico. Bien dice Niceto Blázquez, teórico de la comunicación, que "éticamente hablando, lo mejor que puede hacer un periodista responsable es callarse mientras no tenga algo verdadero que decir o digno de ser conocido".

Bastante certeza tengo de que podemos medir la calidad de una democracia a través de la información que los grandes medios trasmiten. La nuestra, con este parámetro, no puede ser buena.

Frente a este escenario podemos hacer varias cosas, por un lado quitarle a los cínicos el monopolio de la defensa de la libertad de expresión, derecho que va mucho más allá de la mera posibilidad de decir cualquier cosa, si se defiende la libertad de transmitir información es porque ésta es vital para que la democracia funcione, no para llenar de chismes la sobremesa.

Urge una nueva ley de medios en nuestro país, no sólo para defender, por ejemplo, la cláusula de conciencia en favor de los periodistas, para redefinir los límites de la intimidad sino, sobre todo, para refrendar que los medios de comunicación pueden hacer todo el dinero que quieran entreteniendo a la gente a cambio de un compromiso serio con nuestro sistema de gobierno. La máxima podría ser: "Hagan dinero, informen bien". Todos saldríamos ganando, ellos fortunas, el país una mejor democracia.

Por último, debemos hacer un esfuerzo por elevar las exigencias del público, si se entretienen con lo que se entretienen es porque no tienen mucho acceso a otro tipo de ocio. Sin embargo, es muy claro que el entretenimiento y la información no son sustitutos de la cultura —en el sentido de Cicerón, de culutura animi— sino complementos. Acerquémosle a la gente la literatura, el buen cine, el teatro, la música.

Ya decía al principio que esto apenas es un esbozo, con más espacio podré matizar y ampliar estas ideas.

Cerraré diciendo que la libertad de expresión es fundamental. Hagamos una buena defensa de ella y por las razones correctas.

En campus

10.11.08

Falta el corrido

Da igual si lo tiraron o se cayó. De tantas mentiras, aunque de verdad haya sido accidente, nadie podrá quitarse de la cabeza las sospechas. En síntesis: para la historia popular, en 2008 el narco mató al secretario de gobernación. Sólo falta un corrido.


En dia siete

7.11.08

Esas ruinas que soy

Pasa que por el miedo a la muerte nos destruimos para dejar de tener miedo de la muerte. Y al final estamos destruidos y con más miedo.

En día siete

3.11.08

El amor en los tiempos de la promiscuidad

Si son ciertos los reportes de varios periódicos y revistas y hay estudios donde se señala que el adulterio va en aumento de manera abrupta, me pregunto si aún tiene sentido pedir y creer en la fidelidad de la pareja ¿no sería mejor suponer que la infidelidad es un hecho y construir de ahí otro tipo de relaciones? Creer en lo que es falso implica vivir en el engaño y, cuando la evidencia es mucha, ser un obcecado.

En día siete