2) Otro reporte afirma que la crisis expulsará a un amplio número de estudiantes de las escuelas privadas, muchos irán a la educación pública, que por más que la denosten puede ser buena opción (según los casos). Desgraciadamente, otro buen número de estudiantes preferirá escuelas patito, de las que conocemos, por decir lo menos, su mediocridad: son una estafa. El reporte no nos dice cuántos estudiantes dejarán la escuela pública para sólo trabajar, pero podemos suponer que los habrá, esperemos que no en grandes números.
3) La educación es fundamental para romper la exclusión social y la desigualdad.
Bien dice el economista Adolfo Figueroa que para comenzar a romper el círculo de exclusión necesitamos desempacar la escuela y enseñarle a los excluidos “aquello que la escuela da por partes, y esas cosas que son importantes, como el manejo numérico y la capacidad de lectura”, lo que les permitirá generar, a pesar de que el Estado no garantiza sus derechos, oportunidades de mejorar sus condiciones de vida y de ser felices. Pero claro, para que sea posible este salto cualitativo es necesario persistir, esforzarse, ser paciente y creer que la honestidad es valiosa y debe perseguirse porque da satisfacciones. Pero la evidente injusticia: nadie juzga a los corruptos y a los delincuentes que gobiernan; la clara injusticia pública del nepotismo y el tráfico de influencias que coloca en buenas posiciones salariales (digamos diputados) o empresariales (recordemos, al menos, a los hijos de la esposa de Fox) a los familiares de la clase política, genera por lo menos una pregunta: ¿la honestidad es sólo una virtud para los marginados? No.
El narcotráfico abre las puertas del ascenso social en pocos meses, lo único que se necesita es dejar de preocuparse por los valores, y no es difícil frente al desamparo y la desigualdad, ¿para qué ser honesto en un país de injustos? Y seguramente subir tan rápido y tan joven deslumbra. De no tener nada, o muy poco, en 90 días los nuevos sicarios pueden dispendiar, sobornar, matar, ejercer poder. En pocas palabras, imitar a la clase política, empresarial y farandulera en su soberbia, desdén y altanería.
Terminar una carrera no abre las puertas del futuro. Hoy es necesario persistir, bajar las miras, ir poco a poco. Buscar trabajo en sitios inimaginables y lejos de la vocación, pero claro, la vocación primaria, el instinto, es sobrevivir.
Las clases sociales en México se detestan porque, entre otras cosas, no se conocen, conviven poco. La escuela pública tiene esa ventaja sobre la privada, acerca a los distantes, permite desmitificar a la otra parte. Para respetar al otro primero necesitamos conocerlo. México requiere más escuela pública como entorno para un diálogo entre los distintos. Como espacio público. Quizá la crisis nos abra esta oportunidad al llevar a los alumnos de las escuelas privadas a las públicas.
Lo que no dice Adolfo Figueroa, porque su análisis es económico, es que la educación no sólo ayuda a romper la exclusión, también genera cohesión y puede abrir las puertas de los valores, pero no adoctrinando, enseñando ética, que no es otra cosa que la justificación del deber ser frente al ser. Es un proyecto que asume que la mejor forma como los distintos pueden estar juntos es respetando la idea de ser humano y protegiendo a cada persona.
Si queremos que los jóvenes que padecen la terrible desigualdad de este país dejen de seguir las vías rápidas que les abre el narcotráfico, es menester generar oportunidades de mejorar la vida, pero también, y esto no podemos dejarlo de lado ni olvidarlo, exigir que se termine la impunidad y despreciar la soberbia, la altanería y el desdén de quienes se sienten aristócratas porque está mal, es incorrecta e inmoral.
Seguramente los jóvenes sicarios no siguen la carrera de asesinos porque quieren ser como El Chapo —escondido y perseguido—. Más bien quieren ser como futbolista, o como hijo de político, o como actor de telenovelas: desayunar champaña rodeado de mujeres mientras desdeñan a los mortales. Sin embargo sucede que la sociedad es de los mortales, de los iguales en derechos y libres. Así pues, descalifiquemos moralmente a esos semidioses de basura que la televisión ensalza y enseñemos ética en una escuela pública que cada vez será —por la crisis y las altas colegiaturas— más plural y solicitada.
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