19.2.09

Del hastío a la esperanza

Quizá el estado de ánimo más humano es la esperanza, el anhelo, la confianza de alcanzar una mejor forma de estar bien en el mundo. Así pues, ideamos un estado de cosas al que encaminamos nuestros esfuerzos: el socialismo, la igualdad, la democracia. Vamos esperanzados por el mundo porque queremos vivir mejor. Así, los judíos siguieron a su Tenoch para huir de Egipto y los aztecas siguieron a su Moisés en pos de la tierra prometida, la tierra ideada. Somos, pues, una idea, nuestra idea de lo queremos ser —aunque nunca lo logremos—. Somos, pues, lo que aún no somos pero queremos ser: anhelo.

Pero, ¿qué pasa cuando dejamos de creer en la idea que teníamos de nosotros mismos, cuando el anhelo se vuelve hastío, cuando en la mitad del mar la tripulación ya no cree en su Cristóbal Colón ni en las Indias? ¿No es una paradoja de la democracia que la mayoría de los ciudadanos no crean en ella? ¿Qué podemos decir los liberales frente a un plebiscito imaginario, donde la mayoría vota contra la democracia? ¿No sería una imposición mantenerla como sistema de gobierno, la dictadura de los demócratas?

En México usamos mucho la palabra “desencanto” para referirnos a la democracia, como si hubiéramos estado alguna vez encantados con ella. La palabra más certera es desesperanza, es hastío, es desconfianza. Seguimos a un Tenoch que se come nuestras viandas para el camino, a un Moisés que sólo abre las aguas para él y sus allegados.

La democracia está en peligro, y no lo digo en tono alarmista, previniendo a quienes me escuchan del advenimiento de la violencia. Está en peligro porque una democracia sin ciudadanos que la defiendan se torna pantomima, farsa autoritaria.

El hastío no es sólo una plaga de finales del siglo XX, es un síntoma clarísimo de una democracia enferma, del triunfo de los intereses más ruines. Y hay un ejemplo desgarrador: no sé qué ha sido peor, pero tanto el PAN como George W. Bush gobernaron, hasta hoy, ocho años. La diferencia es que en Estados Unidos triunfó la esperanza y en México, al contrario, el hastío se apodera de las personas.

Tras el triunfo de Barack Obama, podemos ver que la democracia retoma vigor en Estados Unidos. En nuestro país, en cambio, brilla menos que la luz de un piloto de estufa cochambrosa. Después de ocho años de gobiernos federales de derecha, el partido de la revolución institucionalizada —el autoritario, el de las matanzas, la corrupción, la censura— ganará, o así parece, las elecciones de 2009. Desde ahí intentará forjar su camino rumbo al triunfo en 2012, el lobo vestido de oveja, o peor, Ulises vestido de Beatriz.

¿Dónde está nuestro Obama, por así decir? ¿Dónde está la esperanza? No estará escondida tras los lentes y la gomina de Marcelo, ni en la “legitimidad” de Andrés. No estará tampoco en la “pritavización” de Chucho y su amiguita cocinera —qué elocuencia, eso es un discurso progresista—, ni en la fragmentación de la izquierda. Para “salvar a México” necesitamos renovar el discurso y, más todavía, transformar el Estado. Así pues, no requerimos tanto un Obama como un Martin Luther King. Requerimos un reformador, necesitamos un sueño. No habrá transformación, o será amorfa, si no decimos primero “I have a dream”, los sueños hacen del hastío esperanza.

Está claro que estos sueños no se sueñan, se construyen. Debemos idear uno que rompa la inercia histórica del tobogán, ¿cuánto más podemos caer?

Sin embargo, es importante no olvidarnos de que el hastío está sediento de esperanza y que por eso es la tierra más fértil para los charlatanes, las Iglesias salvadoras, los políticos del atole y el dedo. Digo esto porque es fácil incitar a seguir un sueño mediocre cuando necesitamos un sueño refundador. Y como más que en líderes creo en ideas, es menesteroso pensarlas: Tengo un sueño, que este país un día tendrá leyes justas que darán a todos sus ciudadanos la posibilidad de realizar sus ideas de bien, un país en el que las mujeres, los indígenas, los homosexuales, los diferentes nunca más serán discriminados, sobajados, maltratados. Un país donde los ciudadanos jamás permitirán de nuevo que los gobiernen los corruptos, los impunes, los cómplices de los criminales, los facciosos.

Así pues, un país que eduque a sus ciudadanos en el civismo, la solidaridad, el respeto y la tolerancia. Un país sin muertas de Juárez, sin Oaxacas ni Acteales. Tengo un sueño, que un día en este país los sindicatos puedan escoger libremente a sus líderes y que ellos nunca más se perpetuarán en el poder y se enriquecerán a costa de los agremiados. Donde los partidos políticos elegirán a sus candidatos en elecciones primarias. Un país donde no habrá jamás sobornos, tratos preferenciales para los adinerados. Un país donde las policías sean eficientes, útiles, respetables y tengan mucho menos trabajo. Una tierra sin violencia, donde se redistribuya la riqueza. En fin, sueño con un país sin hastío, donde pueda haber esperanza.

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