15.1.10

Soberbia, ignorancia y normalidad

La aprobación en la Ciudad de México del matrimonio entre personas del mismo sexo y la posibilidad de que estas parejas adopten hijos, es sin duda un paso adelante en la construcción de un Estado liberal más fuerte, donde se respeten los derechos de cada individuo. Además, abre una ventana de oportunidad enorme para todos los niños que padecen el abandono oficial en, ya no digamos orfanatos públicos, sitios como Casitas del Sur.

Es un hecho que nada tiene en sí una pareja de homosexuales que le imposibilite cuidar, educar, dar amor y hacer feliz a un niño: ni son más violentos ni más borrachos ni más ignorantes que las parejas heterosexuales. Lo que se necesita en realidad es un buen cuerpo de trabajadores sociales que investiguen a las parejas que quieren adoptar y revisen su calidad de personas y la posibilidad de que sean buenos padres sin que importe, porque es obvio que no es relevante, si son negros, indígenas, homosexuales, musulmanes, filósofos, etcétera...

Los prejuicios de la Iglesia católica y de ciertos grupos conservadores nacen desde donde brotan todos los prejuicios: de la ignorancia, del desconocimiento del otro, de la falta de respeto, de la intolerancia y de la soberbia.

Los defensores a ultranza de la familia tradicional, además, violan con sus argumentos una de las bases de todo Estado liberal, que pasa por el reconocimiento de la diferencia, por aceptar la pluralidad. Y es que las distintas formas de ver y entender el mundo no son un proyecto de unos cuantos liberales; los seres humanos somos distintos, la pluralidad se palpa en todos lados e ignorarla, distinguir entre lo “normal” y lo “anormal” sólo es un intento por someter, obligar a seguir un camino que no tiene por qué ser mejor que otro.

Revisemos la “normalidad”, la podemos definir a partir de ciertos principios paradigmáticos que estructuran una forma de ver el mundo, una moral, digamos un conjunto de normas. Así, pues, dentro de cada paradigma, lo normal es lo que se deriva de los principios que lo sustentan. En el mundo católico es normal la monogamia, en el mundo musulmán la poligamia, por decir algo trivial. Lo que no significa que el católico o el musulmán puedan universalizar su “normalidad”, justo esa es la base del fundamentalismo. Lo que deben hacer es conocer al otro y aceptar como “normal” su diferencia.

Nadie pone en duda que la Iglesia católica es parte de la sociedad que tratamos de construir en México y, como parte de la sociedad, cada miembro de esa congregación debería tener derecho a dar su opinión, pero eso sí, distinguiendo perfectamente dos esferas: en la que discutimos el bien público y en la que se dicta la conducta “normal” de los católicos.

La diferencia es importante, la Iglesia puede dictar las normas de conducta de sus miembros, igual que la UNAM la de sus estudiantes y profesores, lo que no quiere decir, sin embargo, que pretendan dictar las normas de toda la sociedad. Existen personas de poca fe y otras que detestan los estudios, ¿por qué tendrían que ceñirse a las normas de instituciones a las que ni pertenecen ni les interesa pertenecer? Y justo el anterior ejemplo es el grave problema de la Iglesia católica, que pretende que su idea de “normal” sea la idea de todos, lo que atenta contra una de las más básicas libertades de las personas: escoger sus propios proyectos de vida.

Para cerrar, sólo quiero subrayar algo que he dicho en otras ocasiones, y que lo digo siguiendo a varios críticos de la televisión, como Bourdieu. Es correcto que la televisión le dé voz a, por decir algo, los voceros de la Iglesia católica; son tan importantes en términos noticiosos como los voceros de otras grandes instituciones. El problema es cuando la televisión le da la voz a quien nada tiene que opinar sobre un tema: que a los futbolistas les pregunten de jugadas polémicas tiene sentido, no que les pregunten sobre asuntos de los que son profundamente ignorantes. Lo mismo sucede con una buena serie de conductores de televisión, el caso del señor Esteban Arce es paradigmático: le dio clases a una sexóloga de lo que es “normal” y “natural” en términos de género y sólo mostró su intolerancia, su soberbia y su poco conocimiento. ¿Qué valor noticioso tiene una opinión así?

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El 4 de diciembre de 2009 murió el filósofo Stephen Toulmin, alumno de Ludwig Wittgenstein y autor de libros como The uses of argument, An examination of the place of reason in ethics y An introduction to the philosophy of science. La filosofía no reconoció de inmediato la importancia de su obra, sostuvo diferencias importantes con John Rawls, por ejemplo. Toulmin abandonó la filosofía para dedicarse a la historia de las ideas, en especial estudió la modernidad y su idea de razón. También habló de la importancia de la casuística, lo razonable y lo práctico, en asuntos humanos, como recomendaba Aristóteles.