¿No será que nos peleamos por las ideas equivocadas? Seguro que vale la pena morir en el intento de realizar un mundo más justo, o por defender a las personas que queremos. Sin embargo, morir o matar, por ejemplo, por la prohibición del Estado de que se trasiegue y consuma cocaína —o cualquier otra droga— no sé si tiene alguna justificación. ¿Por qué idea están dando la vida los soldados mexicanos? ¿En qué razones se funda prohibir el consumo de ciertas sustancias cuando, al mismo tiempo, otras igual de nocivas se permiten —pensemos en el alcohol o el tabaco, por decir algo—?
Entiendo quizá dar la vida ante la entrada de un ejército extranjero, o en pos de terminar con una dictadura. Pero morir o matar por defender a la vez el libre mercado y la prohibición de mercancías, es difícil de justificar. Además, son mercancías que se distinguen, por decir algo, de las armas u otros bienes —que son males— en el sentido de que dañan sólo a quien las consume. Es decir, no defiendo que el Estado deba permitir el tráfico de toda mercancía, pero sí ser consecuente y dar razones de por qué motivo se permite o prohíbe cierto producto.
Así, pues, dejemos la farsa, ¿qué es peor, el consumo de drogas o el de niñas? Porque, como a mí me parece a todas luces, si es peor la pederastia, no entiendo por qué la fuerza del Estado y los discursos se dirigen contra el mal que, comparado con el otro, es menor. ¿No será que estamos peleando por las causas equivocadas?
¿Cuál es el argumento para prohibir las drogas?, porque no puede ser que las abuelitas dijeran que los "mariguanos" son personas muy malas, lo mismo decían las abuelitas de Alabama sobre los negros. Con esto quiero decir que las políticas públicas no se pueden fundar en prejuicios ni tabúes. Quizá el argumento es que el consumo daña la salud, como lo hacen las hamburguesas, pero no veo por ningún lado la guerra a balazos contra las hamburguesas.
Las drogas, se puede decir, generan depresión, abandono escolar, violencia intrafamiliar, suicidio, problemas de salud. Ahora, lo mismo se puede argumentar contra el alcohol y, sin embargo, lo combatimos de manera diferente.
Sospecho que la decisión de batallar contra las drogas, especialmente la cocaína, se debe a que Estados Unidos de América exige que se frene el tráfico hacia su frontera, pide que nuestros soldados den la vida para defender la salud de sus jóvenes. La vida de un muchacho de Morelia vale menos que la de uno de Pasadena.
Nos estamos peleando por las ideas equivocadas y a sabiendas de la doble moral estadounidense.
¿Cuánto nos hemos gastado en la guerra contra el narcotráfico? En un año de tan profunda recesión económica, ¿no nos vendría mejor gastarnos el dinero de las armas en alimentos, en infraestructura y libros, en laboratorios científicos y escuelas? Jóvenes con trabajo, educación y buenos argumentos podrían relacionarse mejor con las drogas. Pero la guerra está perdida desde que quien consume cocaína no siente que hace mal. Y hoy los jóvenes no tienen empleo ni encuentran razones que justifiquen nada. Si la moral se disuelve es porque se desvanecen los argumentos para actuar de una u otra forma. Y ése es el otro problema de la guerra contra el narcotráfico, que no se sustenta en argumentos, que la gente cree cada vez menos en ella y que nos desasosiega. Si ya era sombría la realidad de este país, lo es más bajo la violencia de la confrontación armada.
Es fundamental abordar el tema de la legalización —y muchos otros— sin prejuicios, pero para ello, claro, debemos quitárnoslos de encima y dejar de ser facciosos e intransigentes. Desde esta perspectiva, asusta que el presidente de la república no se dé cuenta del peso conceptual que tiene su presencia y su discurso en el encuentro de las familias patrocinado por la Iglesia católica, pues da la impresión de que apoya la agenda conservadora que quiere desterrar el laicismo: no se puede pedir unidad y despreciar a quienes no piensan como él.
Este año electoral deberían privar las razones y no los discursos de odio, la parte racional y no la pasional, pero no estamos acostumbrados a argumentar. Empero, ya es hora de que apelemos a la razón y no a los prejuicios o sólo nos quedará pelearnos por las razones equivocadas.
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