5.5.09

De taxidermistas e incensarios

En 1975 el filósofo australiano Peter Singer publicó Animal Liberation, libro donde, entre otras cosas, cuestionó la idea de que los animales son nuestros y que, por lo tanto, podemos usarlos como se nos dé la gana. A partir de su publicación, la obra de Singer también impulsó el debate filosófico sobre el estatus moral de los animales.

Tras años de arduos debates se llegó al acuerdo general de que los animales no son meros autómatas, que tienen la capacidad de sufrir y que, por lo tanto, merecen alguna consideración moral, pero ¿qué tipo de consideración moral —los animales, por ejemplo, no son responsables de sus actos— y hasta qué punto debe llegar ésta?

Una de las bases fundamentales de la ética, y no sólo la utilitarista, es evitar el daño innecesario a otros seres humanos —la defensa propia, por ejemplo, es un caso necesario y que se puede sustentar con buenas razones—. Así, resulta difícil ver de qué manera dañar a otro puede justificarse moralmente.

Partiendo de esta idea, el filósofo Michael Fox, que en un principio defendió que los humanos no tenemos ninguna obligación moral con los animales, afirma arrepentido que, finalmente, llegó a convencerse de que nuestra obligación moral básica de no dañar a otras personas debe ampliarse también a los animales. En este mismo sentido, R.G. Frey asevera que los animales son parte de nuestra comunidad moral porque sufren.

Entonces, así como no tenemos razones para dañar innecesariamente a otros humanos, tampoco será fácil encontrarlas para explicar por qué podemos hacer sufrir innecesariamente a los animales. Ahora, ¿esto a dónde nos conduce? Seguramente a que las corridas de toros son inmorales —tendríamos que sopesar los intereses de quienes las disfrutan con el dolor y la muerte—, igual que la caza deportiva y a que, por dar otro ejemplo, no debemos comer carne de animales que nacen, viven y mueren en condiciones de sufrimiento, como casi todos aquellos criados en granjas industriales. Sin embargo, lo anterior no quiere decir que, si bien parece inmoral disecar cabezas de alces producto de la caza y colgarlas en la pared, las personas dejen de disecar, si así lo desean, a sus mascotas muertas. Tampoco quiere decir que dejemos de comer carne, bien es posible —aunque caro— que los animales crezcan, vivan y mueran sin sufrimiento: siempre es importante fijarnos en los casos concretos, sólo los fundamentalistas o los miopes obvian los detalles.

Analicemos un caso puntual, Nucita esun perro disecado que sirve como cenicero, obra del artista mexicano Artemio. Fue expuesta recientemente en Zona Maco y causó indignación entre grupos de defensores de animales. Pero, ¿cuál es la base de justificación para reprocharle al artista la pieza? ¿Es que debemos criticar cualquier obra de taxidermia? No.

Podemos reprobar las patas de elefante que se usan como base de mesa si el elefante fue cazado ex profeso para ser mueble, así como en general los trofeos de caza. Sin embargo, tras la muerte natural de un animal —sobre todo si fue mascota—, no veo el argumento para decir, como lo hicieron muchos, que es abusivo, dantesco, inhumano, contrario a la vida, disecarlo. Tampoco juzgamos como inhumanas las momias egipcias —faraones disecados— ni, contrarios a la vida, los cuerpos conservados de Lenin o de Jeremy Bentham. Al contrario, muchas personas los admiran e incluso les rinden culto.

Sin duda, debemos cambiar nuestra relación con los demás seres que sufren, es inmoral dañar sin razón. El mundo nos ha llevado a escenarios en los que, en pos de ganancia económica, poder político y vanidad, unos maltratan a otros. Y no hablamos sólo del maltrato animal. El planeta tiene miles de millones de seres humanos pobres, hambrientos, que padecen y mueren de enfermedades curables y que no tienen posibilidad alguna de salir de su situación, como terneras encerradas. El desastre exige compromiso, responsabilidad, pero también prudencia, no podemos ir por el mundo declarando fatwas banales: quizá a muchos defensores de animales les lastima ver a un perro disecado como cenicero, pero a otras personas que extrañan al animal muerto quizá puede darles calma —es importante analizar el contexto—, también al Sha de Irán le lastimaron Los versos satánicos de Salman Rushdie y eso, sin embargo, no excusa la intolerancia ni los discursos incendiarios.

Así pues, debemos discernir las pasiones de las razones y tener cuidado con nuestros juicios. Muchas veces, al defender una causa justa sin matices, terminamos siendo fundamentalistas y afirmando que sólo nuestra manera de ser es adecuada.

A mí no me gustan los animales disecados, tampoco el olor del incienso, sin embargo no voy por el mundo prohibiendo taxidermistas ni apagando incensarios. La felicidad tiene muchos derroteros, que cada quién escoja el suyo mientras sea razonable y no lastime innecesariamente. El otro camino —imponer nuestra forma de ver el mundo— es terrible. La intolerancia suele degenerar en violencia.



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1 comentario:

Anónimo dijo...

Los animales son cierto tipo de "personitas" en tanto que son, ellos mismos, sujetos de su entorno. De eso estoy seguro. Además, me parece que incluso, se puede rastrear la libertad en los animales, no en tanto el quiero, sino el puedo, en referencia, principalmente, con el movimiento corporal. En fin, hay un artículo de Hans Jonas ("Evolucionismo y Libertad") que apuntala ciertas nociones al respecto. Te lo recomiendo. Daniel Enríquez