27.8.09

Claridad, concisión y rigor

Decía en el artículo anterior que una virtud fundamental tanto del ensayo como de la conversación es la coherencia. Resulta sustantiva, entre otras cosas, para que los ciudadanos puedan expresar sus intereses, lo que permite que sean parte de la discusión pública.

Pues igual que es importante la coherencia, también lo son las virtudes que abordaremos hoy: la claridad, la concisión y el rigor. Ayudan a dialogar, a ser democrático, respetuoso de los demás, razonable, tolerante y, sobre todo, ayudan a ser escuchado, a comunicar los propios intereses y deseos.

Hablemos de la claridad. Wittgenstein afirma en su Tractatus Logico-Philosophicus que todo aquello que se puede decir, se puede decir con claridad. Así pues, la claridad es una meta del discurso, un intento por dejar ver sin artificios aquello que queremos comunicar. En este sentido, Schopenhauer —como recalca A.P. Martinich en su libro Philosophical Writing— dice que un filósofo siempre debe intentar ser claro y así, al escribir, evitar ser impetuoso y turbio como torrente y más bien tratar de ser un lago suizo que en su calma combina la profundidad y la claridad, porque la claridad de las aguas permite distinguir también su profundidad.

Señalemos ahora que la claridad, sin duda, depende de la audiencia a la cual se dirige un discurso. Así, una conversación sobre la estética de Heidegger puede ser perfectamente clara para un auditorio que domina la filosofía del alemán y, al mismo tiempo, ser completamente oscura para un grupo de astrofísicos que nunca lo hayan estudiado. Quien pretende escribir o hablar de forma clara debe saber a quién dirige su discurso y tener en mente qué cosas puede dar por sentadas y cuáles no. La claridad se encuentra entre lo críptico y lo redundante. No puede ser ni trivial ni incomprensible, es un intento de ser preciso y así evitar las ambigüedades y la vaguedad. Entonces, quien pretende ser claro debe evitar usar palabras o escribir frases que tengan más de un significado (ambigüedad) o que expresen conceptos de forma poco precisa (vaguedad).

Dicho esto, también tenemos que señalar que la claridad absoluta no existe y que, de hecho, no debe exigírsele a algún término más claridad de la que puede ofrecer: no es lo mismo una expresión científica que una moral, y no debe pedírseles a las segundas que cumplan con las exigencias de las primeras.

La falta de claridad, así como la incoherencia, también puede usarse como velo para distraer la atención y evitar dar la cara a cuestiones importantes. Los políticos y los amantes infieles son especialistas en ser ambiguos y vagos en sus respuestas. También los alumnos que no saben qué contestar en un examen y que, sin embargo, insisten en contestar, “quizá”, dice la expresión coloquial, “es chicle y pega”.

Hablemos ahora de la concisión. Dos dialogantes con buena voluntad pero falta de concisión podrían jamás llegar a un acuerdo por el simple hecho de que, por extenderse tanto, no terminaran de exponer sus puntos. Así pues, si partimos de la idea de que los humanos tenemos siempre el tiempo contado, es mejor un discurso corto que uno largo, si al final logran decir lo mismo.

Podríamos definir la concisión como mezcla de brevedad y contenido, Así, hablamos de una brevedad que ilumina y no de una que oscurece. Muchas veces es mejor explayarse en la exposición en pos de la claridad, que ser exiguo. Lo contrario es tirar al niño por la bañera. Debemos, pues, pretender ser breves sin dejar de decir lo que queremos. Esto es un equilibrio que ni la radio ni la televisión encuentran, la prisa no comunica.

El rigor es indispensable y, sin embargo, lo tenemos abandonado, a pocos les interesa, por ejemplo, la metodología de una encuesta y, no obstante, obviar la metodología es vaciar de valor los resultados. Éste es apenas un ejemplo de la falta de rigor que padecemos. El discurso diario de medios de comunicación, de políticos, de estudiantes, de opinólogos, por citar a algunos, carece de rigor, lo cual al fin de cuentas nos deja sólo con una carcaza de palabras que dicen poco y lo dicen mal. Ser riguroso es ser preciso y explícito. Ya hablamos de la precisión, hablemos ahora de ser explícito en el grado indicado. Serlo es mostrar aquello que resulta fundamental para dar fuerza a lo que se dice, la metodología de la encuesta, las fuentes de los datos con que se critica, etcétera. Lo contrario, la falta de rigor, es obviarlo todo.

En fin, hemos revisado varias virtudes del discurso que, sin duda, son pertinentes para ayudarnos a comunicar lo que nos interesa, lo que al fin de cuentas es esencial en una comunidad política que basa sus decisiones en la discusión pública.

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