4.8.09

Diálogo de incoherentes

Sin duda, uno de los aspectos más importantes de varias teorías del contrato social (entre ellas las de Rawls y Habermas) es la capacidad de los actores que participan del acuerdo —los ciudadanos ideales— de mantener un diálogo enteramente racional. Sólo entre personas que pueden expresar clara y racionalmente sus necesidades, intereses y deseos es posible debatir e intentar llegar a consensos sobre cuál de las opciones que se discuten es la mejor ruta para acercarse al bien común. En este proceso de alcanzar consensos, sin duda la virtud de ser razonable es fundamental, pues permite, por ejemplo, que las personas estén dispuestas a aceptar la fuerza de las razones de los otros.

De lo anterior, es importante recalcar que imaginarnos ciudadanos ideales no sólo permite construir hipótesis del supuesto diálogo que podrían tener entre ellos, y así crear propuestas de cómo debemos actuar en la sociedad de todos los días. También resulta que imaginar ciudadanos ideales indica un camino al cual deberíamos dirigir nuestros esfuerzos de ser y de educar. Entonces, si en el mundo hipotético necesitamos seres racionales y razonables capaces de expresar sus intereses, deseos y necesidades, ¿por qué en el mundo cotidiano no nos preocupamos por los discursos oscuros, incoherentes, faltos de rigor y llenos de verborrea que nos topamos todos los días ya no sólo en los medios de comunicación, en la calle, en los bares y en las aulas universitarias, sino también en la vida política? ¿Por qué, si es tan importante para la civilidad, no nos enseñan a dialogar?

José Gaos defiende que las personas, para ser buenos ciudadanos, deben aprender a manejar su lengua, y esto no se refiere sólo a tener conocimiento teórico de gramática y de historia literaria. Lo fundamental, nos dice, es que la gente “llegue a expresarse oralmente y por escrito con justa adecuación al tema y a la circunstancia ocasionales, lo que entrañará una disciplina del pensamiento, y aun del sentimiento y la voluntad”. No se trata, pues, de enseñar, como a nuestros acartonados y aburridos políticos, a mover las manos para indicar serenidad o decisión, sino enseñar a expresar ideas.

En mi artículo pasado defendí la virtud de guardar silencio como base para dialogar. Ahora defenderé cuatro virtudes que comparten la charla y el ensayo: la coherencia, la claridad, la concisión y el rigor. Manejarlas ayuda a decir lo que se quiere decir y, por ello, a dialogar en mejores condiciones.

Comencemos por la coherencia y revisemos a qué nos referimos cuando hablamos de ella. Para esto, creo que un buen primer paso es señalar las diferencias que existen entre ésta y la noción de sentido. Una frase con sentido es inteligible siempre y por ello no depende de dónde la situemos en un discurso. En cambio, sí decimos que una frase es coherente o incoherente según su lugar en éste. Así pues, el sentido y el sinsentido son absolutos, mientras que la coherencia y la incoherencia son relativas. En otras palabras, un sinsentido siempre es un sinsentido mientras que una frase incoherente puede, dependiendo de su relación con las que la anteceden y la siguen, volverse coherente. Kant tiene razón al subrayar la importancia de la razón práctica. Además, todo círculo es cuadrado.

Como se habrá notado 
—espero no haber sido muy burdo con mis ejemplos—, al terminar el párrafo anterior incluí una frase incoherente, la que habla de Kant, y una sin sentido. Espero que con esto quede clara la diferencia entre estas nociones: por un lado, la frase sobre Kant es perfectamente inteligible y se nota fuera de contexto, de ahí su falta de coherencia, pero no de sentido. Por el otro lado, la frase sobre geometría imposible —por definición no hay círculos cuadrados— es un notorio sinsentido, es como hablar del soltero casado. Así, pongámosla donde la pongamos, seguirá siendo inútil tratar de entenderla.

Entonces, si un párrafo incoherente es aquel que tiene frases incoherentes, un discurso o ensayo dejará de ser coherente cuando está plagado de párrafos desligados entre sí, que no se sostienen y apoyan juntos, incoherentes pues.

Destaquemos también que en las conversaciones existen respuestas incoherentes. Si me preguntan sobre Kant, no puedo contestar con un discurso acerca de Obama. Tampoco tendría por qué aceptar que me den una respuesta así. Y, sin embargo, en la vida política de este país, no sé si por hartazgo o condescendencia, aceptamos por respuesta cualquier incoherencia. Así, basta prender la radio —por no hablar del Congreso— para toparse con que los periodistas preguntan algo y sus muy célebres entrevistados responden cualquier cosa. Por ejemplo, hace unos días José Cárdenas le preguntó a César Nava, después de enumerar toda la evidencia, si era o no el delfín de Calderón para dirigir el PAN. Nava contestó cualquier cosa, usó la incoherencia como velo, al fin, en nuestra democracia —diálogo de incoherentes— nadie la castiga. Y esto porque estamos acostumbrados a la farsa y, sobre todo, porque quien carece de coherencia no identifica la incoherencia.

Desgraciadamente, cada año, en agosto, los salones de clase de las universidades se llenan de jóvenes estudiantes que algo saben de geografía, de historia, de biología, de física, etcétera, pero que no saben nada de coherencia. Y no saben porque nadie nunca les habló de sus cualidades e importancia y de lo terrible que es ignorarla. Así que hagámoslo: la coherencia, por un lado, nos permite mostrar a quien nos lee o escucha el hilo de nuestro discurso y en ese sentido no sólo le da fuerza a nuestro argumento, sino que nos ayuda a mostrar lo que queremos decir. Es una virtud de la conversación que echa luz. La incoherencia, por el contrario, esconde, es un velo que unos se ponen encima por ignorantes y otros —como Nava en el ejemplo aquí citado— por malicia y truco retórico. Como sea, debemos desterrarla, y es que una democracia donde dialogan los incoherentes no es otra cosa que, como el círculo cuadrado, un sinsentido.

La próxima vez hablaré de la concisión, la claridad y el rigor, también como virtudes del ensayo y la conversación.

En Campus

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