2.10.09

La utilidad de no servir para nada

El filósofo argentino Risieri Frondizi dice en sus Ensayos filosóficos (FCE) que la filosofía no sirve para nada y tiene mucha razón. Ahora, aquí es momento de hacer un alto y quitarle de una vez por todas la sonrisa al que quiso eliminar la filosofía del bachillerato: no señor, señora, ni Frondizi ni yo abonamos a su argumento. La filosofía no sirve para nada, pero las razones que nosotros esgrimimos son muy distintas a las suyas.

Veamos, para Frondizi aquellos que desconocen completamente la filosofía suelen preguntar: ¿qué es la filosofía? Y si bien la pregunta parece la misma que se hace el filósofo: ¿qué es la filosofía?, son muy distintas. “Sí hombre”, dirá el profano, “pero si se escriben igual, díganme, filósofos, sin aburrirme, en qué se distinguen las preguntas”.

Demos una breve explicación filosófica: ninguna pregunta es inocente, aquel que pregunta encamina la respuesta. El profano, al querer saber qué es filosofía, espera una respuesta igual a la que resultaría de preguntar qué es París, pero la filosofía no se parece en nada a la capital de Francia. Es decir, no podemos dar así, de buenas a primeras, una respuesta a tal pregunta, para contestar tendríamos que hacer filosofía. Al escuchar esto, el profano intenta darle vuelta a la pregunta: “si no pueden decirme qué es, al menos díganme para qué sirve”. Ya dijimos que para nada: la filosofía, como el arte, no sirven y es que “servir de algo” es instrumental: el paraguas sirve para protegernos de la lluvia, los transbordadores para llevarnos al espacio, los edredones para calentarnos en las noches frías. Pero la filosofía no es un instrumento, es, más bien, un fin en sí mismo, un proyecto humano que engrandece el espíritu y nos humaniza.

La filosofía no tiene ataduras: no sirve para nada y, más importante aún, no le sirve a nadie. Si fuera un instrumento estaría atada a su utilidad, si estuviera al servicio de alguien sería mero adoctrinamiento. Además, el hombre es libre porque filosofa. Lo anterior no es trivial ni una frase pomposa y vacía como las de la mercadotecnia: podemos escoger cómo actuar, somos humanos cuando decidimos ser libres y nos levantamos ante el devenir, la inercia, lo dado —hay otras definiciones de libertad, pero aquí nos interesa la moral—.

La distinción entre el bien y el mal es humana; las ballenas, los delfines, los chimpancés, son inteligentes, podemos argumentar que tienen organización social, pero lo que no tienen es un discurso que justifique sus actos. Las ideas de bien y de mal no son otra cosa que adjetivos que califican enunciados de un procedimiento: cuando una mujer aborta o decide no abortar y justifica su conducta con buenas razones que los demás sean capaces de entender, esa mujer hace ética y ratifica su libertad, por eso he dicho en este espacio muchas veces que todo acto ético es liberador. Al decidir qué hacer afirmamos nuestra libertad moral.

Los seres humanos somos un proyecto. Así, bien dice Ortega y Gasset que somos una entidad cuyo ser consiste no en lo que es, sino en lo que aún no es. En ese sentido, somos una ficción porque hacemos de nuestro ser lo que se nos da la gana: cualquiera que hoy decida volverse cristiano puede volverse cristiano y quien quiera ser cínico, cruel, responsable, también puede escoger serlo.

Somos proyecto y la educación pública debe reflejar la idea de ser humano que tenemos como sociedad: por eso es laica y por eso tendría que educar seres libres, racionales, razonables, cívicos. Pero sucede que quienes gobiernan este país tienen una idea de hombre muy distinta y piensan que por ocupar el Ejecutivo tienen derecho a decidir cómo han de ser los ciudadanos.

Indigna que pretendieran borrar la filosofía, indigna que piensen reducir el presupuesto para la educación superior. Resulta desesperanzador inducir de sus actos la idea de hombre que tienen. Qué podemos concluir de la sola idea de reducir el presupuesto educativo, cuando tendría que ser no sólo prioritario, sino tener asignado por ley un mínimo no regateable: que no vale la pena educar a todos, basta con crear élites que dirijan, porque la educación no es un fin en sí mismo, es un vehículo, un instrumento. Y así también podemos inducir que para la camarilla que gobierna México, las personas no son seres humanos con la misma dignidad, son carne de cañón, empleados, obreros, instrumentos del capital.

La filosofía no sirve para nada y nos hace humanos. El arte no sirve para nada y nos hace humanos. Tampoco los humanos servimos para nada y es que, claro, servir es ser instrumento. En este sentido bien dijo Kant que no debemos tratar a otro ser humano como medio, sólo como fin, si es que nos interesa respetar su valía: ésa es la utilidad de no servir para nada, que humaniza.


No hay comentarios: